Porque crecer es darte cuenta que has perdido esa inocencia infantil que años atrás adornaba tu rostro lleno de un optimismo ahora escaso, abandonar tus sueños de adolescente que hoy solo guardas en el cajón de tu memoria, esa ya empolvada de rutina y miseria. Entregarte a lo que tanto odiabas cuando joven y traicionar tus ideales de locura, tu sed de triunfo legendario y cambiarlos por una corbata mustia y una camisa mal planchada que odias tanto pero que debes engramparte para ir a trabajar.
Porque al pasar por la calle camino al instituto, reniegas por el tráfico, pasas de largo tres asaltos a un joven que pudiste ser tú, y ya nada te sorprende.
Crecer es llegar a casa agotado de un día laboral perfectamente inútil, quitarte aquello que te aprieta el cuello y sentirte menos infeliz al encender una televisión que solo transmite programación basura pero que dejó de importarte hace mucho, solo para quedarte viendo un reloj de arena que jamás parece avanzar, aun sabiendo que al día siguiente repetirás todo exactamente igual.
Porque en un intento por reencontrar tus ganas de vivir, reniegas de la persona en quien te has convertido, fumas un cigarrillo como si regresaras el tiempo que nunca supiste aprovechar pero que echas tanto de menos. Porque creíste que serías capaz de lograrlo todo y sin embargo no eres capaz de hacer nada. Reniegas de los políticos porque es más fácil culpar a los demás, te quejas del sistema
pero no te das cuenta que eres parte de él y él es parte de ti. Porque abandonaste a tus demonios y te entregaste al sinsentido del día a día, que se fue comiendo cada espasmo de locura que adornaba tu alma y te hacía sentir vivo.
Porque crecer es perderse con cada día que pasa, a pasos de quimera con resaca.